Para el campesino de Santa Elena, la silleta fue un recurso que utilizó con ingenio para la tarea de comercializar sus productos en Medellín. La ciudad se familiarizó con el silletero vendedor de flores, que recorría las calles y los barrios como proveedor por encargo de ciertas familias adineradas.
Fue común verlos en las plazas de mercado y en los atrios de las iglesias, hasta convertirse en un vistoso personaje incorporado al paisaje cotidiano de la ciudad. Hoy en día, los silleteros se han transformado en figuras ceremoniales.
De su antiguo rol como comerciante, el silletero ha derivado en un auténtico artesano floral que, con gran destreza manual, fabrica las silletas, esas originales y elaboradas composiciones, de elevado sentido estético, que exhiben en su desfile anual.