¿Quién no ha calmado un guayabo el primero de enero con un buen sancocho? Los vecinos son notificados de la preparación de este suculento plato por sus aromas y, por supuesto, por el humo que comienza a invadir todos los espacios. Cada quien hace su aporte y a nadie se le niega su porción; solo es traer el plato. El verdadero sancocho es el hecho en leña y mejor aún en un fogón de tres piedras, donde en una gran olla de agarradera se mezclan una gama de apetitosos colores.
Este manjar de dioses no solo alimenta el cuerpo, sino también el espíritu, permitiendo la exaltación de los sentidos como probablemente pocas preparaciones lo logran.
Es el ensuciar las manos armando el fogón y turnarse la voliada de la tapa, disfrutar los colores de las verduras, escuchar el crujir de la leña, percibir los aromas propios de sus hervores y, por último, sentarse a deleitar el paladar al lado de los vecinos de la cuadra.